Junio| 7
Lo que se me quedó
He terminado finalmente la mudanza y leyendo las vigilias nocturnas de una niña triste he caído en cuenta que se me quedaron muchas cosas en una desgastada caja de cartón. Es curioso. Los objetos, casi todos en color remembranza e identificados con tinta indeleble por si llegaran a perderse, los he traído conmigo; pero el polvo de tristezas, el azúcar amargo derramada sobre ellos, el salitre pegado que ardía en las heridas, la telaraña de anhelos y sueños que se tejía cada día, se perdieron tras el cambio de domicilio. ¿Me hacen falta? No. ¿Me harán falta? no lo sé, quizá como inspiración. Melancolía y nostalgia son, de mis musas, las más eficientes.
Leo y sigo leyendo y una media sonrisa aparece (mitad risa, mitad ironía) Me ha resultado irónico ver cómo breves palabras en boca de otra persona encarnan intensas sensaciones que acuso de mi propiedad... o acusaba. Y digo acusaba no por la simpleza egocéntrica de ver que mis sensaciones no son únicas, sino porque a pesar de que ha pasado poco tiempo de tenerlas, las encuentro lejanas. Quizá por eso la paradoja de risa, la risa sin risa con sabor a sarcasmo.
No me queda el sabor a vacío de determinaciones anteriores (todas siempre acompañadas de un "ahora sí no más") en las que decidí exiliar de mí pensamientos de un pasado con aroma a cartas viejas que me empeñaba en perfumar con esencia de futuro, todo por confundir el amor al amor con el amor a alguien.
Una tarde, seguramente lluviosa, un polvillo negro y lúgubre se derramó de esa rosa seca pero hermosa que permanecía guardada en la página de un diario viejo. Particular profecía.
Quizá así se desencadenó todo; quizá si se hubiera dejado la rosa donde estaba, si no hubiese sido manoseada por unas manos agitadas exhumando pasados, nada se habría regado. Seguiría latente el interior oscuro y oculto. Con la tranquilidad que da lo ignorado, pero siempre al acecho. Quizá fue mejor así. Me siento bien, ligera como una pelusa convertida en juguete del viento. Seguro fue mejor así.