Septiembre|14
De lo banal a los laureles
Y todo comenzó un jueves en la tarde, apurada por terminar un artículo de Fórmula 1, víctima aún de mi hipocreatividad aguda. Y salió. Lo sometí a consideración y seguía sin gustarme... Siempre mi autocrítica salpicada de extrema dureza.
Con el tiempo en contra y preocupada por el banal resultado tras el mateo, salió del horno el artículo. Pero mis temores, afortundamente, eran infundados. Yo que creía que a un verdadero fanático de la categoría reina del automovilismo no le gustaría mi comentario y resultó ser un hit al punto de merecerme una publicación en una sección de una página especializada de F1. Laureles para mi ego.
Aquí les dejo el mentado artículo a ver qué piensan....
No voy a hablar de Schumacher
Y de entrada ya sé que la embarré. Le permití al que conoceremos de ahora en adelante como el “innombrable” adueñarse del lomito de todo artículo, que no es otro que el titular. Sin embargo, trataré de alcanzar mi cometido. Y entonces, usted amigo tifoso, seguro ya me estará leyendo con una ceja arqueada, mientras usted, apreciado mclarista, sonreirá especulando que probablemente se encontró con una hincha de las flechas plateadas. Pues no. Ni soy fan del equipo de Ron Dennis y mucho menos me parece que sean flechas, al menos si nos remontamos en la historia de 2004 A.SF. (Antes de Spa-Francorchamps). Pero no seré tan inclemente. En defensa de Kimi Raikkonen, debo decir que la mala suerte (incluidos alerones voladores) fue su principal rival gran parte del campeonato. Afortunadamente, desde Silverstone el MP4-19B comenzó a rendir y en Bélgica se acabó el maleficio (o al menos es lo que se desea en tierras inglesas).
A estas alturas, ya ambos pensarán que voy quizá por la Renault porque Fernando Alonso me parece lindo o por la Williams BMW por eso de apoyar al hermano país a través de Juan Pablo Montoya. Y tampoco. Montoya… Dios, qué puedo decir de Montoya… bonita sonrisa, sí; que rara vez se le ve porque hasta cuando llega al podio (que ya es casi ganar considerando al “innombrable”) siempre tiene esa actitud de fastidio. Tiene garra, pero creo que le sobra prepotencia. Alonso, en efecto, me parece guapo, pero creo que esa no es razón suficiente para sufrir por una escudería. Y digo sufrir porque todo aquel que no sea ferrarista no ha tenido más remedio que penar o lanzar improperios durante esta temporada.
¿Y entonces? ¿Esta mujer va por Toyota porque tiene un carro de esa marca? Tampoco. Pero hay que ver cómo disfruto ver al loco Takuma Sato cuando hace una de las suyas en las carreras. Y hablando del japonés, me ha venido a la mente la estampa del pequeño principado a orillas del Mare Nostrum, en su versión más “chic”. Oh, grandioso Montecarlo, donde una cenicienta de nombre Jarno y apellido Trulli, hizo realidad lo que parecía un cuento de hadas: quitarle la “zapatilla” del podio al “innombrable”.
Querido lector, llegado a este punto, es hora de la confesión: soy una tifosa. Y de las peores. De las que llora escarnecida y se arrastra por las paredes cuando ve perder a su equipo, ya sea la Nazionale (mejor conocida como la squadra assurda tras la Euro), la Juve (Del Piero, per favore, hasta cuándo estaremos en esta relación de amor-odio tú y yo) y, claro está, la Ferrari. Soy de esas que se burlaba sin compasión de Mika Hakkinen con cada error que cometía y con cada cara de frustración en una entrevista. Soy de esas que se trasnochó y pegó gritos en una madrugada allá en 2000, cuando el “innombrable” acababa con una sequía de 21 años y la casa de Manarello, la del Commendatore, la del cavallino rampante, conseguía en el trazado de Suzuka hacerse del campeonato de pilotos (ya en 1999 había obtenido el de constructores gracias al “innombrable” también).
¿Que por qué, entonces, un artículo titulado “No voy a hablar de Schumacher? (y lo nombré otra vez, ¡caramba!). Sencillo: esta es una simple y humilde acción de protesta de mi parte contra lo schumacéntrico que se me ha hecho el circo de la Fórmula 1 este año. Sí, ya sé que es el mejor (bastante que se lo vengo repitiendo a todos desde el año 99); ya sé que es el Barón Rojo moderno de los sopotocientos records y recontrasé que su apellido ya es leyenda dentro de la categoría reina del automovilismo, pero (y quizá sea por esa necesidad tifosa de sufrir), me deprime cuando un domingo en la mañana, si por alguna casualidad me quedé dormida y no vi la carrera, tengo que preguntar el tácito “¿perdió el que te conté?”, en vez del “¿quién ganó?” con sabor a emoción e incertidumbre.
Y ahora, canalizado literalmente mi pataleo y reconociendo que no pude lograr mi meta en un 100%, no me queda más que invitarlos a territorio lombardo este domingo. El Circo Máximo de Roma reencarna en Monza con sus equipos verde, rojo, azul y blanco (y seis más) y aunque sin gorra de campeón (santa palabra de Ecclestone de por medio), una fiesta roja se espera en el legendario Autodromo Nazionale; favorito de pilotos y fanáticos, donde el acelerador se lleva a fondo al igual que las emociones en las gradas.
Deja tu huella en la superficie
Hola pimpollo! :) No entiendo nada de coches ni de F1 pero por lo que leo es que acaba siendo aburrido que siempre gane el mismo?¿
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Es el colmo que hasta en este remoto lugar del universo me caiga el spam!!! Son peores que los baobabs!!!!
Hola , Mai. ; tú y yo nunca hemos hablado, no nos conocemos...Te parecerá extraño que te escriba. Te cuento: hace años creí que narrar, escribir una historia, era saberla; ahora veo que no. Para eso, necesito coleccionar montones de vidas interesantes. Creo, palpíto, que la tuya lo es. Lo sé. Y extraña también es mi propuesta: una redacción, tu vida, unas letras…Lo que te apetezca.
Muchas gracias y besos . Jogri72@msn.com
Josep.