Agosto|22
Descubriendo Paria (II parte)
Ocho de la mañana. Hora de desayunar. Hay que ser puntuales, pues a las 9 nos espera el peñero que nos trasladará hasta el caserío de Santa Isabel. Ya con el traje de baño puesto preparamos un pequeño bolso con una muda de ropa, una toalla y, por recomendación de Richard Hassid, dueño del Hotel La Pionera, unos zapatos cómodos para andar entre piedras y nadar con ellos. Así es: nuestro sendero será el mismísimo río y habrá que caminar entre sus accidentadas rocas e incluso nadar en ciertos tramos.
Ya esta advertencia ha seducido a más de un corazón aventurero; sin embargo, Hassid acota que durante el camino hay varias pozas donde pueden permanecer aquellos que no se sientan seguros de seguir. Lo dicho llama la atención y nos preguntamos qué tan difícil puede ser la excursión, pero eso no merma para nada las expectativas… al contrario.
Terminadas las arepas, empanadas y huevos con jamón que nos ofrece La Pionera lo mejor es prepararse para el primer baño de playa del día; y es que no hay muelle para tomar la embarcación. Embalen bien sus cámaras fotográficas y de video, si es el caso, pues la aventura ha comenzado.
Ya dentro del peñero una importante recomendación: buen bloqueador solar. Aunque la lancha cuenta con techo, el sol de Paria se hará sentir por más de una hora, que es lo que dura el recorrido hasta Santa Isabel. Eso sí, serán 60 minutos de respirar aire marino, observar la montaña, los pequeños poblados de pescadores, las aves y las azules aguas de la península.
Finalmente llegamos al pueblo: la entrada del Parque Nacional de Paria. Nos da la bienvenida un cachito de playa (donde nuevamente debemos lanzarnos) y una empinada escalinata que al llegar a su cima nos regala una inmensa vista del mar. Ya estamos en el caserío de Santa Isabel con sus poquísimas y pintorescas casas y sus amables rostros. Los niños corren con sus sonrisas plenas ante la llegada de los visitantes y nos muestran sus tesoros mientras caminamos al restaurante y posada de Doña Cucha. Allí nos brindan un rápido refrigerio antes de emprender el camino por el río junto con Botuto, nuestro guía. No podemos perder mucho tiempo, pues será una hora y media hasta nuestro destino.
“Hora de partir, señores”
Comenzamos a bajar por un estrecho sendero que termina en la desembocadura del río y de inmediato nos internamos entre la tupida vegetación. Mariposas espectaculares se cruzan en el camino que nos va mostrando el paso seguro de Botuto. No ha pasado mucho tiempo cuando conseguimos la primera poza. Es hora de disfrutar de un baño helado lanzándonos desde una cuerda atada a un árbol. Es imposible, luego de vencer el frío inicial, no querer permanecer allí, pero hay que seguir.
Con la ayuda de los guías seguimos subiendo y bajando por el borde de la quebrada que ya comienza a tomar bríos hasta que llegamos a un pequeño rápido por donde debemos subir con la corriente en contra. La sensación de la fuerza del agua por vencer hace fluir la adrenalina que luego se transforma en gozo una vez pasado el obstáculo. Sensación que se repite al cruzar nadando entre un cañón mientras el cuerpo lucha contra el río que quiere someternos y que estalla al ver ante nuestros ojos la meta: una gran roca desde donde cae un velo de agua y a su extrema izquierda un chorro bravío y generoso que colma un verdadero jacuzzi natural.
En esa pared de piedra una escalera hecha de mecate sirve para que los más valientes suban a la cima y se lancen al pozo. Pura energía es lo que emana el lugar; más de uno se siente parte de “Survivor” rodeado de tanta naturaleza casi virgen.
El tiempo pasa brevísimo y ¿quién quiere volver? Nadie, por supuesto, pero el regreso se hará largo con el equipaje extra que representa el cansancio así que es mejor partir. El saltito de agua de la ida será un obstáculo mayor al bajarlo con la corriente a favor. Hay que asirse con fuerza de las rocas y los guías para descender de espaldas con una persona que espere abajo para que la corriente no haga de las suyas. De nuevo la adrenalina sube y con ella esa sacudida energizante.
Una hora más tarde ya estamos de regreso en el pueblo. Doña Cucha ya nos tiene listo un suculento pescado frito, ensaladita y arroz. Les sabrá a gloria. Para reposar la comida, lo mejor es una caminata por la calle o bajar hasta la paya y tomar algo de sol. Así se aprovechan los minutos antes de tomar el peñero de regreso a San Juan de las Galdonas.
Pero un momento. No todo ha terminado. Esta vuelta viene con una escala en Playa Negra, bautizada así por el color de su arena, compuesta de materia volcánica. Es hora de un nuevo chapuzón al agua cristalina y luego: ¡a pintarse de negro se ha dicho! Tome un puñado de arena húmeda y frótela por todo el cuerpo, que lo disfrutará como si fuera un niño.
Media hora más tarde, ya con el sol empezando a caer, desde el bote verá con gran satisfacción asomarse a San Juan. La sugerencia es ir directo a la piscina del hotel para relajarse mientras se maravilla con el ocaso sucrense. Misión cumplida, hasta ahora… y es que al día siguiente emprendemos una nueva aventura, esta vez hacia el Delta de Paria. Se la narraremos en la próxima entrega.
Deja tu huella en la superficie
Vaya embadurnada de barro.. hubo pelea de la buena.. :P
Barro para la belleza... lindo cutis ;)
“Hora de partir, señores”
...Como extraño mi tierra, cada vez que llega la hora de partir, de vuelva a la "selva de cemento". Por acá los felicito a Novalis por su reportaje "descubriendo paria". Y por otro lado invito a que se atrevan a conocer ese pequeño rincón de Venezuela...
botutostours@hotmail.com